La magia de aprender a “duelar”
Estoy aprendiendo a duelar.
Darme el permiso de duelar con mis 28, lo que la adolescente sobrevivió.
Estaba resignificado, pero la emoción suprimida de cada momento sobrevivido continuaba estancada, esperando una mirada para desbordarse. Pedía su espacio, ser nombrada. No lo sabía porque se me había hecho costumbre olvidarla a la fuerza.
Aprender a permitirme el volver a la memoria y sentir la emoción no sentida.
Darme cuenta de que mi cuerpo guarda traumas emocionales no nombrados, no identificados por la mente hasta el momento, solo por el corazón.
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Hoy te duele, tío Amadeo.
Y al hacerlo te presentaste en forma de un colibrí verde brillante.
Viniste a darte un paseo por mi ventana y a dejarme en asombro de saber que lo que se da su lugar sana. Pura magia.
Reconocerte como la figura del abuelo paterno, como una de las figuras masculinas importantes que teje la masculinidad que habita en mí. La humanidad que habita en mí. Reconocerte como la persona que reune, y reconocer que tomé ese rol tuyo, y que tomé muchas otras cosas más, como el amor a cocinar rico y cocinar para otros como acto de amor, de tu arte expresado en tu bordado de las flores y la naturaleza.
Hoy di luz de entendimiento a partes de mí que vienen de ti y me sentí totalmente agradecida y, finalmente, te lloré, como no pude permitírmelo en su momento.
Bendita magia esta la de nombrar para sanar.
Estamos sanando el corazón pesado.